El Gobierno de Israel se rompe y aboca al país a las quintas elecciones en tres años

El Gobierno de amplia coalición en Israel, la heterogénea asociación de ocho partidos que apeó hace un año del poder al conservador Benjamín Netanyahu, ha saltado en pedazos tras permanecer varias semanas tambaleándose en la cuerda floja. El primer ministro, Naftali Bennett, y el titular de Exteriores y hombre fuerte del Ejecutivo, Yair Lapid, han acordado impulsar la disolución de la Kneset (Parlamento) y adelantar las elecciones, según ha informado Bennett este lunes en una conferencia de prensa con Lapid. Los israelíes se verían así llamados a votar por quinta vez en tres años en unas legislativas.

La prensa hebrea plantea la previsible retirada de la política activa de Bennett, quien ha destacado en la comparecencia sus intentos por salvar la coalición, formada por ocho partidos que van desde la derecha ultranacionalista a la izquierda pacifista, pasando por una formación árabe islamista. “He quitado hasta la última piedra”, ha dicho. También ha defendido los logros económicos y en materia de seguridad frente a Hamás: “Ha sido un año especial”.

Según los acuerdos internos, el centrista Lapid, que encabeza el partido con más diputados de la coalición, pasará a ser primer ministro en funciones hasta que se constituya un nuevo Gabinete, lo que puede llevar más de seis meses. Lapid ha hablado muy brevemente para presentar un programa de gobierno centrado en mejorar las condiciones de vida de los israelíes, agobiados por la inflación y los disparados precios de la vivienda. Ha aprovechado la intervención para lanzar de hecho su campaña electoral.

La votación para poner fin a la legislatura se llevará a cabo la semana que viene, según coinciden los analistas políticos israelíes. Si logra ser aprobada por mayoría, como parece previsible, la convocatoria de elecciones se producirá automáticamente en torno al mes de septiembre. Netanyahu, que fue primer ministro de 1996 a 1999 y de 2009 hasta 2021, ha aparecido sonriente en televisión para celebrar la “gran noticia” de la caída del “peor Gobierno en la historia de Israel”.

Este mes fracasó en la Kneset el intento del primer ministro de prorrogar la vigencia de la legislación “provisional” que extiende, desde 1967, los derechos civiles israelíes a los cerca de 450.000 colonos asentados en territorio ocupado, lo que anticipaba una ruptura inminente. Dos diputados de la mayoría se opusieron y otros cuatro de sus parlamentarios se ausentaron de la Cámara, agravando la descomposición de la coalición.

Después de un inicio de mandato con éxitos como el control de la pandemia, el auge de la economía y el deshielo diplomático con países islámicos, la fragilidad de la coalición quedó patente esta primavera durante los enfrentamientos entre manifestantes palestinos y policías en Jerusalén en el mes de Ramadán. La autorización de la marcha de decenas de miles de radicales judíos por el barrio musulmán de la Ciudad Vieja puso de relieve las disensiones internas en el Gobierno. Para evitar las desavenencias, los ocho socios de la coalición decidieron aparcar todo lo relativo a la cuestión palestina, pero la realidad de la tensión cotidiana que genera la ocupación acabó por salir a flote.