Desde hace tiempo se nos machaca la mente con el mantra de "los hombres también lloran" cuya intención es desacreditar la tradicional educación masculina que hacía hincapié en lo contrario.

Obviamente cualquier reivindicación de aquella educación, que enseñaba a los hombres a ser tales y no unos papanatas, provoca reacciones de horror y los conocidos reflejos condicionados mentales:

¡Machista! ¡Retrógrado! ¡Reaccionarios! ... con la misma expresión de escándalo que podría tener una maruja de la era victoriana ante una mujer que descubriese la pantorrilla unos centímetros de más. Son palabras arrojadizas, palabras policía que se usan para criminalizar, intentar cerrar la boca, a quienes defiendan ideales mínimamente viriles de vida y carácter. Unos ideales que no tienen nada que ver con la obsesión por el sexo, la promiscuidad y el correr detrás de la mujer continuamente. Muy al contrario, el hombre que hace del sexo el centro de su vida representa una masculinidad de nivel bastante bajo y está destinado a ser un juguete en manos de la mujer, sintonizando fatalmente su vida e intereses en una longitud de onda femenina.

Lo cual naturalmente corresponde al hombre políticamente correcto y aceptable en la sociedad matriarcal en que vivimos.

¿Pero por qué los hombres no deben llorar, como nos han enseñado hasta ayer mismo, antes de que la decadencia y la degeneración del carácter se convirtiesen en ideología dominante?

Es mejor darle la vuelta a pregunta como si fuera una tortilla ¿Por qué quieren que los hombres sean lloricas? Es un procedimiento que a menudo arroja luz, cuando se trata de la propaganda feminista específicamente dirigida a los varones: la lucha contra los valores masculinos se refleja exactamente en el ideal penoso y amorfo de hombre moderno que intentan crear.

Para comprender cómo es este hombre del siglo XXI nada mejor que picotear un poco en los abundantes artículos de adoctrinamiento que aparecen con regularidad en la prensa, en macabros "estudios de género" y en enfermizos talleres donde se les enseña a los adolescentes, precisamente, a ser lloricas.

Si esta es la porquería de educación que reciben nuestros hijos no debemos sorprendernos que salgan atontados, amorfos, incapaces del mínimo autocontrol. Porque precisamente éste es el punto clave, el motivo detrás de la exaltación del hombre llorica. No se trata tanto que un hombre pueda soltar una lágrima alguna vez, cosa que hemos hecho casi todos, en situaciones de intensa emoción. Se trata de que lo que condena la educación tradicional y correcta en un hombre, no es que tenga emociones, sino la falta de control y de compostura en su expresión.

Naturalmente las siniestras expertas y expertuzos, con mala fe y evidente voluntad de falsificación, hablan de que los hombres tenemos miedo a sentir, que las emociones no nos debilitan sino que nos fortalecen, que hay que liberarse de los referentes tradicionales, y demás bla bla bla. Ahora bien, la correcta formación viril jamás a enseñado a los hombres a máquinas y no tener emociones, sino el ideal del autocontrol y del dominio de sí mismos, la estabilidad interior y la fortaleza de ánimo. De eso se trata, y en la antieducación que se quiere impartir a los chavales se les pretende inculcar el exacto contrario de todo ello; con la precisa voluntad de destruir en ellos el germen de cualquier firmeza de carácter, de inocular la ponzoña de la disolución interior.

No se trata de reprimir las emociones sino de no estar a merced de ellas, de saber mantener una compostura dentro y fuera de sí mismos, una forma interior, contra el ideal del desparrame y del hombre amorfo como una babosa. Es más, cabe ir más allá y sostener que la dignidad, el decoro en la expresión de los propios sentimientos, indican una mayor profundidad y sinceridad.

Se trata de una cuestión de pudor: si un sentimiento es realmente profundo e importante, pertenece exclusivamente a mí y a las personas con las cuales lo comparto, no al primero que pase por la calle. En cambio el continuo marujeo de "sentimiento" y "emoción" exhibido a los cuatro vientos (e impuesto a los demás) tiene un tufillo de superficialidad e inautenticidad: uno nunca sabe hasta qué punto es real y en qué medida es para la galería. El límite extremo de este sendero de falsedad lo constituyen los llantos y emociones exhibidas en televisión.

En general siempre se ha sabido que propia del hombre es la estabilidad, propia de la mujer el cambio y la volubilidad, especialmente en el campo de los humores y los sentimientos. Esto forma parte de los invariantes de la naturaleza humana y no es ninguna construcción cultural, por muchos rebuznos que suelten las hordas de la igualdad de género. La educación y la cultura pueden explicitar y reforzar estas diferentes vocaciones, exaltando sanamente las diferencias; o viceversa desviar a hombres y mujeres de ellas, confundiendo y degenerando a unos y a otras. Es por ello que el control de las propias emociones, que podemos considerar un ideal positivo para ambos sexos, es esencial en la formación de un carácter viril.

Y es por este motivo que la sociedad matriarcal debe destruirlo. Con la importante colaboración de hombres enemigos de la masculinidad; porque sean incapaces de asumirla, porque estén acomplejados o vaya uno a saber por qué otras oscuras razones.

Una palabra más. El llanto del hombre no es el equivalente igualitario del llanto femenino, como tendenciosamente se nos presenta. El lloriqueo masculino y el femenino no son lo mismo, son algo radicalmente diferente, especialmente en las relaciones con el sexo opuesto. El llanto de la mujer en sus relaciones con el hombre es, prácticamente siempre, una herramienta de manipulación para pilotar las emociones y el comportamiento del varón. El llanto masculino sin embargo es sólo expresión de falta de hombría y de babosa flojedad, cuando no es puntual y esporádico sino habitual y elevado a principio. Desde luego un hombre que llora no va a manipular a nadie: cualquier mujer se reirá en la cara del llorica si éste intenta algo parecido y éste atraerá sobre sí únicamente un soberano desprecio.

La falta de carácter del hombre llorica lo vuelve débil, amorfo y manipulable, falto de carácter y vulnerable; esto es lo que persiguen los apólogos de las “nuevas masculinidades”, con la colaboración de esos pobres diablos domesticados cuya aspiración, secreta o explícita, es renunciar a su papel como hombres y vivir bajo el dominio de la mujer.

 


Max Spires: Para controlar el mundo, debes eliminar a los machos alfa.

"Si quieres tomar el control de un planeta, lo primero que debes hacer es eliminar a los machos alfa.

La emasculación y feminización del macho alfa es uno de los principales objetivos del gobierno para conseguir el control total de la población, han utilizado una táctica diabólica más difícil en la esclavitud llamada "Buck Breaking". Intentan destruir completamente la unidad familiar desde dentro.
 


Prevención golpe de calor

Durante periodos de calor extremo, las unidades del #EjércitodeTierra que realizan su adiestramiento, previenen los riesgos por golpes de calor: "esfuerzo reducido, hidratación, P.A.S. (Proteger, Avisar y Socorrer)"



Joder qué vergüenza dan 🤦‍♀️
 

Los hombres princesita: la verdadera masculinidad tóxica​

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Quizá el origen de todo esté en la música indie. Esa desgracia musical que inutilizó los cerebros de una generación, atormentada en su egocentrismo, impregnándolos de debilidad y desprecio por lo valioso, para ocultar sus complejos ante la masculinidad. Todo vestigio de hombría quedó denostado al crear al pusilánime, al eterno adolescente, al hombre princesita. Un subgénero del hombre moderno heterosexual.

El anhelo de ligar, de conectar. Ese interés, esa torpe curiosidad rodeada de errores y ganas de ver, tocar y vivir a la otra persona por encima de cualquier miedo, insignificante ante el calor del otro. Ligar muchas veces implica interrumpir, quizá molestar, insistir o sentirse ridículo, pero siempre es atreverse. Ser capaz de vencer ese instante de salto al vacío es un alarde natural de virilidad, aunque en muchas ocasiones no surta efecto. Siempre fue cosa de dos. Una especie de baile donde cada uno hace lo que puede y el valor va cambiando de lado, al paso.

Toda esa excitante y extraordinaria tentación ha sido sustituida en la vida posmoderna por una reacción en redes, un "me gusta", que sin palabras no es más que un bucle de emoticonos a ninguna parte. Sé que es difícil no caer rendida de deseo ante este absurdo, que lleva a refugiarse en una película de Marcello Mastroianni. Pienso en la masculinidad destruida que representan los hombres princesita y me invade la desolación ante el declive estético de la seducción y el amor, tras el que hay un oscuro vacío moral.

El princesita está tan acomodado en su cobardía que la ha transformado en pereza sexual y desidia emocional. Su apatía posmoderna le incapacita para vivir el vigor del deseo, tan alejado de la necesidad y el ansia de consumo. Tiene más miedo a mostrar un natural interés por una mujer y no ser correspondido, que a perderse lo que pueda vivir. Este desdén ante el sexo que requiere moverse del sofá hay quien lo interpreta como una desgana ante la falsa sensación de abundancia. Las redes le han hecho preso del espejismo de ilimitadas opciones y experiencias. Una generación atrapada y agitada en la saturación de un scrolling infinito que deja un vacío aturdido y demasiado cansado como para sentir ante la vida real que se escapa, mientras se intenta huir de ella en esa pantalla, en esa rueda de hámster. Hacerse next a uno mismo.

Hombres princesita: cobardía emocional​

Atrapados en el síndrome de María Antonieta, el hombre princesita necesita ser buscado, elogiado e invitado hasta tenerlo en bandeja para muchas veces desdeñarlo. Un ego débil, caprichoso e infantil que necesita alimentar la sensación de exceso. O algo mucho peor, aparentar un carácter bohemio que su cobardía emocional nunca le podrá dar. La mujer sensual y lista despierta rencor y envidia en el princesita, ante la que adopta una actitud de altanería y soberbia. Le da tanto miedo no ser deseado por ciertas mujeres que opta por el desprecio para ocultar sin éxito su falta de hombría. Lo que más valora es la facilidad de acceso y deshecho, la comodidad que le permita disfrazar sus limitaciones, masculinidad destruida.

El posmofeminismo ha conseguido que las mujeres se encarguen de todo, de parir y de invitarles a salir

El feminismo de tercera ola ha hecho mucho daño a las guapas. Sin piropos, ni caballerosidad, ni amor romántico. Ahora todo es un asco. La ampliación del concepto de violencia sexual hasta el absurdo ha dado refugio a los depredadores al permitir que se confundan con el que mira a la chica que le gusta. (No te quedes ahí, ve a hablar con ella).

Este escenario sirve como excusa para camuflar su pusilánime existencia esperando impávido que vayan a cortejarle. Tan infantil como insustancial murmulla: "que se acerque ella, estamos en el siglo XXI". Terror. El princesita además de poco hombre no es muy listo.

La iniciativa no es y no debe ser exclusiva de los hombres, pero tampoco de las mujeres como pretenden. El posmofeminismo ha conseguido que las mujeres se encarguen de todo, de parir y de invitarles a salir. "No, que me denuncian", "igualdad", contesta el princesita —lo peor es que son unos aburridos. Pocas cosas más antieróticas que un tipo pidiendo cuotas de igualdad para él en el momento de "ligar".

Que hoy nazcan niños en este mundo del absurdo sentimental es un milagro. Se dedican estudios a la incidencia del precio del alquiler y los salarios en la baja natalidad. Nadie habla de los puentes destruidos entre los que son iguales y naturalmente algo distintos. Toda diversidad se celebra, menos la existente entre sexos. Se fomenta la confusión y se enaltece la fugaz compañía, sin capacidad para conocer el deseo, normalizando el desprecio al amor.

La verdad de una sociedad está en las costuras de cómo nos relacionamos y aproximamos a la intimidad. El lugar que ocupa en cada uno la posibilidad del amor, que no es tan frecuente como las parejas estables. Ahora la soberbia, el miedo, la envidia y la desidia llenan un espacio ausente de ternura y curiosidad hacia el otro a la hora de explorar una conexión real, una intimidad. Lo que más anhelan los hombres y mujeres supervivientes de la posmodernidad.

 


Definición de indefensión aprendida

Bombardeo con mensajes de pacifismo castrador, tolerancia barata y rechazo de las virtudes masculinas dan como resultado a hombres incapaces de presentar un mínimo de resistencia ante un agresor

Ante la injusticia y el peligro, cuando no exista alternativa como último recurso: violencia y a crujir cráneos! No viváis de manera pasiva!

Sed peligrosos
¡Defended vuestra tribu!