Afroamericanos: el caballo de Troya de la mafia globalista para asaltar la Casa Blanca

AR.- Alguien ha encendido la llama de los disturbios raciales en Estados Unidos a cinco meses de las Presidenciales. Puede que esa mano no sea del todo ajena a la que creó el virus del Covid-19 en un laboratorio de Wuhan. La mafia globalista no perdonará nunca a Donald Trump que durante sus cuatro años de mandato se haya enfrentado a ella, ni que haya frenado el descenso demográfico de la población eurodescendiente, ni que le haya devuelto el orgullo arrebatado por el sincretismo cultural, convertido en la nueva religión del rebaño europeo.

Protestas, disturbios y saqueos tienen lugar en distintas ciudades de Estados Unidos, con Mineápolis (Minesota) -tras la trágica muerte el pasado lunes de George Floyd, un hombre negro falleció asfixiado a manos de policías tras ser detenido- como epicentro.

Se trata de un hecho absolutamente reprobable que ya se ha saldado con la detención y expulsión del policía responsable. Sucesos de este tipo han existido en EEUU con presidentes demócratas y republicanos. Por eso las maniobras de la extrema izquierda para culpar a Trump de la muerte del afroamericano de Mineápolis solo pueden ser calificadas de escatológicas. Activistas de extrema izquierda de todo el país están siendo movilizados para promover disturbios y saqueos en ciudades estadounidenses y alargar al máximo la tensión durante los meses previos a las elecciones presidenciales. Las tensiones raciales y la crisis del coronavirus son las dos únicas bazas de la izquierda globalista para asaltar la Casa Blanca.

Los Estados Unidos ha sobrevivido más de dos siglos a adversidades múltiples -los casacas rojas británicos, las guerras con las tribus indias, las luchas encarnizadas por convertir el salvaje oeste en un lugar fértil para miles de colonos, la guerra fratricida entre los unionistas y los caballeros confederados del general Lee, la tensión nuclear con la Unión Soviética durante la segunda mitad del pasado siglo, las tensiones raciales…

Las elecciones norteamericanas de 2016 no se disputaron sólo en clave local. Por primera vez, millones de occidentales interpretaron los comicios norteamericanos como un asunto propio. Lo que estaba en juego no fueron solo las puestas en prácticas de unos determinados modelos de gestión en ámbitos como la sanidad, la educación o las infraestructuras públicas. Por primera vez, lo que se dilucidaba en las urnas de la nación más poderosa de Occidente era saber si la ideología globalista que representaba Hillary Clinton lograría doblegar la voluntad de millones de norteamericanos de raza blanca al dibujar la transformación moral del país con trazos tan torcidos como aquí en Europa.

Las pretensiones estaban tan definidas que no necesitaban ser interpretadas por analistas ni politólogos. Al menos hay que reconocerle a Hillary Clinton la claridad con la que defendió su proyecto mundialista y que no ocultase que lo que ella promovía no es sólo el cambio demográfico en su país, sino también la implantación de proyectos eugenésicos, cuyo objetivo hubiera sido el rediseño moral de la sociedad norteamericana, destruyendo sus raíces humanísticas, acabando con el concepto de unidad familiar, alterando los hábitos normales por conductas contrarias al orden natural y adoptando las nuevas síntesis culturales, desde el sincretismo al relativismo, que han traído como consecuencia la pérdida del sentido del bien y del mal. Las élites financieras y los medios informativos jugaron un importante papel en la promoción de dichos objetivos y aún hoy lo juegan tratando de arrancarle la Presidencia a Trump por métodos que en cualquier otra circunstancia habrían sido unánimemente considerados como golpistas.

“Votar a Hillary Clinton sería apoyar no sólo el aborto, sino también los matrimonios entre personas del mismo sexo, la eutanasia, la clonación humana y la manipulación genética de embriones”, se atrevió a decir a sus feligreses el párroco de una iglesia católica de San Diego (California). En contraposición al discurso de Clinton -bien aleccionada por donantes como George Soros y mentores ideológicos como el satánico John Podesta-, Donald Trump nos habló a todos de valores tradicionales, del papel hegemónico de la raza blanca y de la catarsis moral que deberá experimentar la sociedad estadounidense si quiere evitar que decline su estrella como gran potencia.

No hay que confundir Estados Unidos con los clanes sionistas ni con los planes expansivos de su descomunal industria militar. Estados Unidos, como entidad histórica, cultural y religiosa, se edificó con la Biblia como su principal referencia. Estados Unidos son miles de iglesias que vertebran a comunidades, pueblos y condados; un revulsivo de su conciencia histórica. Esa es la idea que queda aún de la Cristiandad en Estados Unidos: muchos pueblos unidos bajo la bandera de Jesucristo. Los llamados «antifascistas», títeres de la élite mundialista, que estos días llenan de violencia las calles de decenas de ciudades, pretenden poner fin a esas referencias espirituales que aún tienen decenas de millones de estadounidenses. Lo que promueven es una sociedad sin alma y a expensas del peso demográfico de los inmigrantes. Defienden un país sin fronteras y la destrucción de cualquier vestigio de fe cristiana. Son una fuerza para el mal que difunde todo tipo de aberraciones, entre ellas la conversión en minoritaria de la raza blanca, el fin de la tradición cristiana en Occidente y el advenimiento del Nuevo Orden Mundial.

Como es natural, la clase dirigente postcomunista y sesentiochista, que ha tomado las riendas de la política europea, se ha posicionado a favor de los disturbios y los saqueos. También los intelectuales que han elaborado teorías deformes en el campo de la física, la biología, la sociología y la política; sin olvidarnos de los lobbies, la masonería y los potentados financieros que actúan unas veces en las tinieblas y otras a la luz del día.

La América que está en juego hoy es la representada por el general Lee o por Malcom X, dos personajes arquetipo del modo de vida y del modelo de sociedad que defienden Trump y la mafia progresista. El general confederado moldea el espíritu comunitario del pueblo norteamericano y pone en alza conceptos hoy tan degradados como el valor de lo sobrenatural, el culto al trabajo, la fortaleza humana, el esfuerzo a veces sobrehumano, el instinto promotor, la unidad familiar en la escala más alta de la organización social, la tradición identitaria como elemento clave para la convivencia, el maridaje de cada persona con su entorno natural. En estos valores nos reconocemos.

Malcom X, en cambio, representa el mismo fenómeno del cual la Historia nos ofrece muchos ejemplos: cuando las sociedades declinan, se incrementan las peores taras del individuo. El vacío dejado, el sitio desertado por unos hombres reblandecidos y amorfos al punto de no tener ya de hombres ni las ideas, ni las actitudes, ni el carácter y apenas la apariencia (y no siempre) permite a los malos reinar por fin. Cuando las sociedades se transforman en rebaños destinados al matadero y suena entonces la hora del desorden y de la confusión.

Reconforta presenciar que, a diferencia de lo que viene ocurriendo en España con la desaparición de sus símbolos históricos, miles de norteamericanos están dispuestos a enfrentarse a la ideología globalista en defensa de sus tradiciones y de su identidad racial.

Por contra, el ideal de vida que defienden los progresistas es un producto de la decadencia, y al mismo tiempo un acelerador de la misma. Esta surge siempre en un contexto de crisis terminal, en una fase de inversión completa de los roles y de los valores, en el capítulo de la universal corrupción moral y del profundo trastocamiento de las creencias; es decir, en el desbarajuste general propio de las sociedades que se vienen abajo, incapaces en esa etapa de su decaimiento de distinguir el día de la noche. En un ambiente tal se instala una extrema tolerancia hacia todo lo que mina, todo cuanto socava los fundamentos del edificio tambaleante de la civilización. El Mal se vuelve el Bien, la Fealdad reemplaza la Belleza, lo Falso destrona lo Verdadero, lo Grotesco destierra lo Sublime. Es el espíritu hembra, verdadero rey de nuestra época, que inunda con su pegajosa influencia un mundo que termina, como una gallina decapitada, en una carrera absurda y enloquecida hacia ninguna parte.

La verdadera Fe, no siempre correspondida por los altos dignatarios del Catolicismo, no cesa sin embargo de actuar, y nutre actualmente el sensus fidei de quienes en Estados Unidos se oponen a los proyectos destinados a demoler la sociedad. Recemos para que la Divina Providencia no abandone a Donald Trump ni a la raza blanca norteamericana en este momento tan decisivo.